Ha llegado el mes de abril y Bailemos decidió dedicarlo exclusivamente a todos los que miran; es decir, a todos aquellos quienes tuvieron la oportunidad de ser espectadores.
Especialmente rendimos homenaje a ese momento mágico cuando la persona que baila y la que contempla se hacen uno. Esto es por ese vínculo que, si se logra, puede llegar a ser indestructible y su recuerdo puede perdurar a través del tiempo. Se trata de ese instante en que la danza atrae a un observador a tal punto que logra deslumbrarlo; la escena se apodera de sus sentidos. De esa manera, la persona que ocupa la silla se siente parte de lo que ve, y es envuelto por el aura de lo que está viviendo. En otras palabras, cuando se logra esa especie de enlace mágico, el espectador siente que está ahi, dentro del escenario.
No importa que sea un observador casual, ocasional o con aviso, ni tampoco el lugar. Existen muchas clases de observadores, pero lo cierto es que si se logra una conexión, pasa a ser más que un simple espectador para ser parte fundamental que también le da vida al movimiento. Con público, el mensaje transmitido por un bailarín adquiere sentidos. Es entonces cuando la expresión, el sentimiento y la pasión de la danza comienzan a circular dibujando un ida y vuelta gratificante.
Cerramos citando una frase que salió de una plaza cordobesa: "Dicen que siempre se sabe lo que se espera del artista, pero pocas veces se sabe lo que se espera del público". Expectativas y reacciones de lo más variadas son las que le aportan otro tipo del valor al desarrollo de la danza en el escenario.
A veces bailarines y espectadores invierten roles por diferentes circunstancias, lo cual es necesariamente enriquecedor, o al menos, complementario. Lo que sucede en el escenario se vive de maneras diferentes según se ocupe el rol de bailarín o de testigo. Cada perspectiva tiene sus características.
Estar del otro lado, mirando, resulta ser una función aparte. De todas formas, un espectador siempre tiene memoria a su manera.
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